miércoles, 12 de noviembre de 2008

Nuestra irremediable humanidad

[ENTRE NOSOTROS]
Escribe: Olga Pareja Nuñez
Como decía Wilde, todos anhelamos ser dueño de la eternidad. Por lo menos compartirla. Sucede que si tomamos conciencia de la inmensidad cósmica y de su inalterable órden, comprenderíamos que nuestras vidas son solo instantes brevísimos dentro de ese tiempo inconmensurable. De allí que, solo en auténtica humildad podremos enfrentar a tan grandioso desafío.
Me enteré que humildad viene de "humus", o sea "tierra". Deduciendo, ser humildes es integrarse al suelo que pisamos, que en definitiva es nuestra primera verdad. Luego podremos soñar, adueñarnos del cielo, que como dice el refrán, apuntando a la luna alguna estrella cae.
Empecemos por reconocer las posibilidades que como ofrenda al nacer, nos regala la vida. Esta amada vida con fracasos y glorias, con llantos y risas, con desesperanzas y ensueños. Resplandece cuando podemos sentirnos intermediarios ante estas dos grandes potencias; cielo y tierra. Es aceptar el principio de lo eterno, Está a nuestro alcance con solo ver, oír y sentir. Sin embargo nuestra insatisfacción nos pide más. Mucho más. Y ocurre aquello de que el árbol impide ver al bosque. Por ejemplo los que buscan a Dios allá en lo infinito, cuando Dios (para los que creen, claro) se supone que está acá, compartiendo toda la cotidianidad. Pero parece demasiado fácil (que por supuesto no lo es) y entonces el acá y el ahora no valen.
"Ya", cuales quiera que sean nuestras propuestas y nuestras intenciones. Hay que entender que no hay tiempo. El tiempo es una utopía. Somos nosotros que recorremos nuestro hábitat terrenal a una velocidad insospechada. El final de nuestra embriagante aventura está viva, se acaba y pronto.
Si le resulta demasiado complicado, ponga en práctica lo dicho por Elizabeth Gilber , actúa con la mente del mono, cuerpos frágiles, pensamientos que saltan de rama en rama parando solo para rascarse, escupir o aullar.
Admitamos que el hombre es mucho más que eso. Si no avanza más es porque lo detiene lo inmediato intrascendente. Da poco y exige mucho. Demanda respuestas, sin exigirse en las preguntas. Obvia los silencios que hacen pensar, porque son más elocuentes que todas las palabras. Es implicadamente bello descubrir en un acto de soledad, como el cielo envuelve a la Tierra en un acto enamorado, como lo que fue capullo en una bella flor, cómo, cómo, cómo no entiendo esto que me embriaga y que un día voy a dejar.
La respuesta más cercana, sólo más cercana, no absoluta, la da el amor. Puede conducirnos a situaciones infinitas que van desde lo más elemental hasta contundencias rotundas. El amor y sus gigantes posibilidades que abarca todo. O casi…
Pero el amor también suele parecernos poco y sobre él pretendemos dar el gran salto cuántico. A veces suele ser peligroso si no estamos seguros que el centro cósmico comienza en cada cual y que el Universo no puede adaptarse a nosotros. La lógica señala entonces que, somos nosotros que debemos adaptarnos a él y admitir, como nos señaló Aristóteles, que los bienes esenciales de la vida están demandados en tres clases: los exteriores, los del alma y los del cuerpo. Menudo problema reunido armónicamente para que con lucidez podamos decir "el mundo y yo". Que es como adueñarnos de nuestro continente, tan frágil e indefenso. Si pensamos que por ejemplo un ser tan absurdo, como carecer de yodo en nuestro cuerpo, según Russell, puede convertir en idiota al ser más inteligente.
Asusta sí. Es imposible dilucidar lo infinitos destellos que nos rodean. De tal suerte por qué tanta premura por avanzar allá, tanto más allá, olvidando (y vuelvo a Saramago) "nuestra irremediable humanidad".

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