jueves, 15 de enero de 2009

Las Fraulis

[En Río Lujan]
En pleno Río Luján, Silvia Vegiani creó un espacio en el que abundan la calma y el sosiego. Nuevo te cuenta cómo nació la hostería que rinde culto a la tranquilidad y el relax.

La idea daba vueltas por su cabeza con una fuerza incontenible, casi desesperante. Ese pensamiento renovador y ambicioso bramaba en su conciencia desde hacía algunos años, pero un manojo de trabas le impedía concretar uno de sus sueños más preciados. "La idea de hacer la hostería empezó bastante tiempo antes de construirla, porque el proyecto original era en el Sur, en Villa La Angostura, porque me gusta mucho la montaña y allá tengo un terrenito, así que tenía pensado hacer algo por ahí. Pero en ese momento mi hijo todavía iba a la secundaria, yo trabajaba en otra cosa, manejar un emprendimiento a la distancia es complicado y tampoco tenía el capital suficiente porque era un proyecto más ambicioso que este", relata Silvia Vegiani frente al grabador de Nuevo.
Sin embargo, el día menos pensado su cabeza dio una vuelta de tuerca al proyecto inicial. "Un día, volviendo del Sur, pensé: ‘¿Y si lo hago en Cardales?’ (Risas). Había vuelto entusiasmada con la idea y sentía que tenía que hacer algo", confiesa. El puntapié inicial ya había sido concretado: construiría la hostería en Río Luján, solo faltaba definir el nombre. Ni lo dudó, se llamaría "Las Fraulis" en homenaje a su padre, quien la había apodado "Frauli" en su niñez.
¿Todo listo para comenzar la construcción? No, aún no. El inicio de las obras se daba en un momento delicado del país y a Silvia le tembló (apenas) el pulso. "Al principio –finales de 2001- me asusté un poco, porque la primera vez que fui al corralón de materiales me dijeron ‘yo te paso los precios de hoy, pero el lunes vemos…’", recordó con una sonrisa entre labios. Y continúa: "así que cerré los ojos y decidí empezar". La construcción comenzó en Marzo de 2001, precisamente en el ojo de la tormenta…
Con el proyecto en marcha, la cuestión se centraba en el estilo que deseaba imprimirle a su hostería. "Un domingo estaba en Campana almorzando –asegura- y había mucha gente de trabajo dando vueltas, y pensaba qué hacía toda esa gente que viene semanas enteras a trabajar en algunas empresas. Porque Campana es un aburrimiento… (risas). Y se me ocurrió que estaría bueno hacer algo que tenga que ver con el aire libre". Y así fue.
La hostería irradia una expresión serena, inmersa en un ambiente apacible y cálido, invita al huésped a descansar y relajarse profundamente, a desenchufarse del sistema, ese sistema del que ella dice haber escapado. "Estaba agotada del sistema, que es muy salvaje, y ahora se van a cumplir dos años desde que dejé la medicina". Así es, Silvia dejó atrás la profesión que la había acompañado a lo largo de su vida (10 años de formación y otros 25 de trabajo ininterrumpido) para dedicarse de lleno a su nuevo proyecto y disfrutar, aún más, de las pequeñas cosas de la vida. "Hasta fines de 2006 –cuenta- fui anestesióloga, trabajaba para el Estado y llegué a cobrar en patacones, así que acá hay muchos patacones convertidos en ladrillos y mano de obra (risas)".
Aquella profesión le demandaba un ritmo de vida frenético, desordenado y desgastante. "Sabía que a los 50 años no iba a tener ganas de levantarme a las 3am para ir a una cesárea, hay cosas que se hacen en un momento de la vida y no en otros".
Hoy, a casi dos años de esa decisión, puede afirmar que no extraña nada de su antiguo trabajo, "porque –dice- acá el día a día es más tranquilo y estoy rodeada de gente que busca la tranquilidad".
Arrancó con seis habitaciones (dobles, triples o singles) y por estos días ya está terminando tres nuevos dormitorios. "No quiero hacer más para no perder el espíritu del lugar. Quiero que la gente venga a disfrutar y relajarse. Este es un lugar de descanso, por lo general la gente viene a hacer nada: lee, se tira en las reposeras o las hamacas paraguayas, come, charla… a veces la gente necesita no hacer nada", concluye.

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